domingo, 3 de mayo de 2015

Julián Ayala, un hombre libre.

Llevo bastante tiempo, años, robando su imagen -en La Bajada de La Cruz, en las Fiestas, con su Peña, El Chilindrón- y guardándola en el disco duro para publicarla, sin prisa, y que sea retenida en la memoria colectiva porque lo considero uno de esos personajes que hacen la historia de los lugares que pueblan, pero hoy parece como si estuviera posando esperando mi llegada para inmortalizarlo de nuevo. 

He llegado a la plaza de los Tercios atraído por la presentación del montaje teatral sobre El Juego de la Oca y allí estaba él, con pose y atuendo de caballero ilustrado del siglo XIX reclamando inconscientemente mi atención y lo ha conseguido; y de qué manera. 
Me he acercado a saludarlo después de robarle otras imágenes, esas en las que parece posar, pero que están hechas a cierta distancia, con el teleobjetivo, y me ha hablado de su delicado estado de salud, sin entrar en detalles, y su estancia en el hospital. Sigue viviendo solo, aunque “mi sobrina Montse está muy pendiente de mí”, le he dicho que le vendría bien la prestación de tele asistencia, aunque no conseguía encontrar la denominación real del servicio y la conversación ha derivado a cuestiones más intrascendentes, como las fotos del Maratón de Guiñote, que me ha recordado, y me ha invitado a ver de nuevo.

Julián Ayala Cuevas, auto titulado Canciller de Castilla, Gran Señor de San Juan, Marqués de Ayala, Duque de Cuevas, Vizconde de Caleruega y Barón de la Colonia nació en Aranda, en el barrio de San Juan donde siempre ha residido; acaba de cumplir los ochenta, “más el vino que me he bebido” y ha pasado la última semana en el hospital, algo que parece haberle marcado, a pesar de las alabanzas que cuenta del centro y del personal. Lo conozco desde siempre y a pesar de tener algunos, bastantes, años más que yo, hemos compartido más de una juerga y muchos momentos alegres en nuestros buenos tiempos. El 10 de enero de 1981 reflejé gráficamente el “Primer Campeonato Internacional de Guiñote”, un maratón de 24 horas entre José Ignacio García, Carlos Rojo, Juan Carlos Ruiz y el anfitrión, que se celebró en su casa de la calle Barcelona nº 1. Creo que no había entrado en ella desde entonces, a pesar de sus múltiples invitaciones “la puerta siempre está abierta para ti” me ha dicho en numerosas ocasiones pero nunca surgía el momento oportuno, porque estos momentos no se buscan, surgen, como hoy, y he tenido la sensación de que si no aprovechaba la oportunidad que me brindaba quizás no habría otra.

Tenía un recuerdo muy distinto de la sala, a la derecha entrando, donde se celebró, hace 34 años, aquel maratoniano campeonato de naipes; la pensaba más espaciosa y con muebles diferentes, aunque Julián enseguida me ha asegurado que está casi igual: una chimenea a la izquierda con el escudo de los Ayala "en campo de plata, dos lobos de sable, uno sobre otro, sacando las lenguas de gules, puesto en palos. Bordura de gules con ocho aspas de oro" un botellero y una balda alta repleta de botellas; un reloj de pared, una estantería cargada de libros “medicina del alma”, con un aviso a pedigüeños “Los libros son orgullosos, si son prestados no regresan jamás”, entre los que se ven alguno de Neruda, otros sobre la Inquisición, un ejemplar de El Corán, una biografía de Franco junto a otra de Juan Carlos, la Ilíada y la Odisea con otros clásicos y algunas novelas de éxito, entre otros muchos, en la pared frente a la puerta y un gran espejo en la pared de la derecha, a un lado de la ventana; al otro lado un perchero de pie y un teléfono de cierta antigüedad. Del techo cuelga una lámpara de bronce, con seis brazos, y en las paredes cuadros con retratos, escritos y fotografías y muchos recortes y páginas enteras de periódicos y revistas, además de numerosos objetos de todo tipo. A la derecha de la estancia una gran jaula con un ave presa, un loro, o, quizás una cotorra, y en el centro, una mesa rústica de enebro rodeada de cuatro sillas del mismo estilo con cojines estampados en el asiento.

Me ha llamado la atención un libro sobre la mesa y varias hojas de papel con anotaciones manuscritas. Es un ejemplar de la obra cumbre de la literatura en español; “cada cinco años, los acabados en cero y en cinco, releo El Quijote, y este año me toca”, dice abriendo el libro y mostrándome las notas, con esmerada caligrafía, que toma, cada lustro, desde hace tres o cuatro décadas, sobre las andanzas de Alonso Quijano y su fiel escudero Sancho. Es posible que Julián tenga algo, o mucho, de Quijote.

También ha despertado mi interés una máquina gris que invade el espacio con su diseño y rompe la tranquilidad con su ruido; es un concentrador de oxígeno del que sale un largo tubo flexible, que puede llegar a cualquier parte de la casa, al que se engancha Julián, como a la vida -y no es metáfora- durante varias horas al día. Cosas de la edad y de ese delicado estado de salud que me confesaba. 
La vida de Julián ha girado en torno a su madre, de nombre Librada, y a su casa. De la primera quedan numerosos recuerdos por todas las estancias de la segunda y, aunque hace ya un tiempo que no está físicamente, su presencia es constante: en el dormitorio, igual que cuando lo ocupaba, con una gran virgen, que no es la de las Viñas, sobre el cabecero, de bronce o latón dorado, de la cama; en numerosos objetos que utilizó, especialmente una pesada plancha fabricada en París, de las que tenían brasas candentes en su interior para mantener el calor, y en los numerosos retratos, todos con la leyenda “nunca te fuiste” escrita con la exquisita y cuidada caligrafía de quién aprendió de buenos maestros.


De su casa, basta la lectura de la cerámica pegada junto a la puerta de entrada  “casa mía, casa claustro. Todos los cielos, todos los mares, todos los continentes, países y lugares, caben enteros, en ti” para comprender la importancia que le da y le ha dado a lo largo de sus ochenta años de existencia, pues la ha llenado de todo: libros, en la biblioteca, en los dormitorios, en la sala, en las escaleras; en cualquier sitio con un hueco, hay libros porque “leer es ingeniártelas para romper la soledad y tomar posesión del mundo”; por eso, cuando hablas con él, tanto te cita a Fernando Savater, filósofo al que admira, como a Julio César, Epicuro o Aristóteles o te recita versos de Antonio Machado, Pablo Neruda o León Felipe, su poeta favorito, quizás por eso de poeta maldito. También equipos de música porque “donde música hubiere cosa mala no existiere”, casi tantos como relojes, todos en hora, al menos uno en cada estancia, que parecen recordar, con su tic-tac y sus campanadas, que el tiempo pasa y la vida es efímera, o las vidas, porque Julián tiene muchas vidas, tantas como vestuario, con uniformes militares, trajes de época, de ceremonia o chilabas “treinta y tres moritas tiene el moro Juan….” y una espléndida colección de sombreros, que luce según la festividad, el momento histórico o su estado de ánimo. También muchos crucifijos, algún incensario, braseros, faroles, réplicas que parecen auténticas “son de los chinos” de figuras orientales y todos los objetos imaginables, antiguos y no tanto, de cualquier tamaño y material.

Su casa, su mundo.

Julián Ayala, Gran Señor de San Juan, está muy orgulloso de su casa, no en vano “mi casa es mi mundo” y en ella se refleja su personalidad a la vista de toda la gente que, a diario, se para para contemplarla y fotografiarla “y cuando el sol al atardecer cubra, esta casa que tanto he querido, con el recuerdo de lo eterno heraldo, di tú, cabaña mía, qué he sido”, emulando la placa de la salmantina Casa del Regidor Ovalle Prieto, donde vivió y murió don Miguel de Unamuno.

En el número uno de la que en 1503 era la calle Centeno, hoy Barcelona, en el Barrio de San Juan, el núcleo fundacional de la villa, se alza, adosada a otras tres edificaciones, una a cada lado y otra al fondo, esta casa de tres plantas y dos terrazas, construida por el maestro Miguel Vicario (desconozco, en mi ignorancia, quién es o fue el tal Miguel Vicario, pero Julián lo nombra reiteradamente con enorme  respeto, orgullo y admiración) a principios del Siglo XX, aunque podría ser anterior. La fachada ya es toda una declaración de intenciones; sobre la puerta el escudo de los Ayala y debajo lo que quiere sea su epitafio “admiró a Juan Martín Díez "El Empecinado"”, dos medallones, a ambos lados, de piedra tallada y policromada, con la leyenda “Nadie es más que nadie en Castilla” y, esculpido en la moldura que sustenta los canes con forma animal, bajo la cornisa que cubre el balcón de la estancia principal, “la verdad será perseguida pero jamás vencida”. 

El interior es de estilo castellano, con vigas vistas de madera, puertas macizas de cuarterones y ventanas con cuartillos y vidrieras de colores, todas con reja exterior de forja. En la planta baja la cocina, la sala de la chimenea, lugar de estancia y recibimiento de visitas, y un pequeño cuarto de baño; al subir las escaleras nos encontramos con dos dormitorios; el suyo, a la izquierda, y el de su madre a la derecha; en la planta superior el museo, con una buena colección de sombreros y otros objetos interesantes, un gran cuarto de baño, que muestra orgulloso, con una ducha y un jacuzzi, un balcón y una magnífica escalera de caracol, de gruesa madera, construida, repite, por  Miguel Vicario, que da acceso a la biblioteca y la terraza. 

En la biblioteca sorprende un retrato al óleo de Manuel Tablado “me gustó y lo compré” junto a un poster con la imagen de la Virgen de las Viñas. En el centro, un bello y antiguo pupitre que utiliza para la lectura y lámparas con bombillas de colores que cuelgan del techo realizadas con cepas de viñas. En la terraza figuras orientales, una prensa para hacer vino y varias macetas con flores de plástico, además de una plantación de perejil de donde se abastece para los guisos. Por una escalera plegable se accede a la última terraza, que antes fue tejado, como es tradicional en nuestra zona, con envidiables vistas a la vecina iglesia de San Juan y al oeste y sur de la villa, lugar para el disfrute, con una moderna y cómoda hamaca, además de otros enseres y objetos curiosos. En esa terraza, afectado por la meteorología de la estepa castellana se encuentra, entre otros, el trofeo que recuerda aquel Maratón de Guiñote celebrado el 10 de enero de 1981.



Libre para elegir

No es necesario hablar de Julián Ayala para conocerlo; basta con hablar de su casa. No es necesario decir que siempre estuvo, y está, involucrado en los acontecimientos relevantes que pasan en Aranda, de su pertenencia a la Peña Sol y Sombra, la del pasodoble que compusieron Antonio Nebreda y Antonio Cebas, y cuya bandera presidió aquella larga partida de guiñote hace 34 años; de su pertenencia a la Peña El Chilindrón, o a la Cofradía de la Bajada de la Cruz de Mayo. No es necesario decir que si no existiera habría que inventarlo. 


No es necesario decir que siempre ha sido libre y ha presumido de esa libertad para elegir o no elegir, aunque algunas personas lo tachen de raro o excéntrico; de que eligió el año 2040 para su despedida, con 105 años, aunque ahora piense que ya le queda poco por hacer porque parece que le ha entrado miedo, ese que nunca había conocido, tras su estancia de una semana en el Hospital, y que quizás no espere a 2040 para dejarnos. Le preocupa que en un tiempo no pueda seguir viviendo, sólo, en su casa, que tenga que ir a otro sitio, con más gente, y que pierda esa libertad que adora por la que siempre ha luchado porque “la vida es lucha. Cuando cesa la lucha desaparece la vida”. Pero es libre para seguir luchando y es libre hasta para elegir cuando quiera irse, aunque espero que se quede hasta el 2040. Y en su casa.


Pido disculpas por la calidad de las fotografías; la mayoría están hechas con el teléfono pues la visita no estaba programada; tampoco la publicación pero tras el rato en su casa pensé que sería bueno mostrarlo a la gente que quiera verlo. Le pedí permiso y me lo dio, "Tú, Toño, lo que quieras... y si tengo que firmarte algo..." entre gente de palabra no hacen falta papeles, le respondí y nos conocemos desde hace mucho para saber cómo somos. 


6 comentarios:

  1. Esa fachada tan singular ya te hace imaginar una casa y un inquilino único y especial. Buenos recuerdos de mi querida Aranda. Bonita publicación, gracias.

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  2. Muy bonito ,¡cuantos ratos en esa casa de tolerancia y amistad ¡ ,cabe todo el mundo.Esta muy guapo ¡¡¡como un señor¡¡¡

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  3. Yo recuerdo al señor Ayala mucho.....recuerdo cuando me tiraba la capa negra que llevaba y me decía que pisara sobre ella....

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  4. Distinto, indomable, leal, imprevisible, ameno, versátil, culto. Desenfadado vecino de Aranda del qué aprendí tantas cosas!.

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  5. Fué amigo compartimos muchas conversaciones siempre profundas su casa era un Manantial de conocimientos y sabiduría. Pasados años me sigo acordando de él.... Muchos lo tomaban por loco siendo realmente un gran cuerdo. Pablo Neruda su íntimo en emociones.
    Querido mío.... Que corto fué el amor y que largo el olvido....!!

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    1. El Gran Ayala !!! Se merece una calle o una estatua en su querida Aranda,aunque nos deja lo mejor que es el recuerdo de un ilustre arandino muy sabio y peculiar

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